lunes, 22 de diciembre de 2014

Golpes de Guerra

Pasos firmes entre las rocosas montañas, miles de hombres y mujeres armados listos para luchar contra el mal, pero ni su propia imaginación podría haber pensado que el odio hacia la existencia fuese tan devastador.

Entre las masas mundanas allí me encontraba, preparada y lista para la batalla, con gran temor esperaba el momento de atacar. Mis ojos podían observar como el miedo a la muerte se apoderaban de muchos, yo inmóvil allí, sin saber que hacer. Mi cuerpo no era capaz de reaccionar a ningún tipo de orden, tan solo hacía lo que las masas hacían.

Cuando quise levantar la vista ya estaba enfrente del enemigo, ni si quiera me había dado cuenta de que estaba corriendo hacía ellos, ni que tan si quiera había escuchado la orden de ataque. ¿Qué estaba haciendo? ¿Para quién luchaba? ni si quiera sabía si luchaba por mi vida.

Gritos, fuego, llantos, sangre, golpes de hierro, muerte y desolación. Mi espada alzaba, mis ojos observaban y de entre los enemigos me escabullía. Aún buscaba respuestas a mis preguntas, ¿Que hacía allí? ¿A quién debía de matar?. Mis piernas corrían sin cesar buscando una respuesta. Aquellas criaturas monstruosas eran derribadas por mi espada a cada cual que se interponía en mí camino, sin piedad las degollaba, pues poco me importaban esas criaturas que no eran nada más que eso. 

A cada golpe que asistía más rabia contenía en mi interior, a cada uno que se interponía en mí camino más rabia le tenía, a cada uno que se mostraba ante mí con más fuerza le arrebataba su vida, a cada uno le demostraba que no era capaz de acabar conmigo, a cada uno que llegaba le demostraba que mi fuerza era más descomunal que la suya. Pero entre las sombras de aquella batalla, algo que ni si quiera podría nombrar, salió de entre las sombras, detrás de él su ejercito al cual agrupado tras él, mandó atacar, mí fin se veía cerca pero aún con fuerzas para luchar. No lo pensé dos veces, me alcé de valor y eché a correr para quitarle su vida, al igual que él haría con la mía.

Mientras corría hacía el enemigo, con un solo pensamiento de matar, comprendí que ningún mal podría quitarme la vida sino fuese en el propio campo de batalla.